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La primera prohibición formal de la marihuana en México data de 1869, por medio de un bando emitido en el Distrito Federal.
Pronunciar su nombre es casi un tabú, a veces se hace con eufemismos; acercarse a ella es peligroso, pues consumirla atraería problemas legales. Ha sido durante siglos un elemento importante en rituales de distintas culturas, pero algo prohibido desde hace apenas algunas décadas.
La antigüedad de la producción y el consumo de bebidas alcohólicas es milenaria. Digamos que dos mil años menos que el descubrimiento-invención de la agricultura. El vino, producto del cultivo de la vid, y la cerveza, fruto del cultivo de los cereales, son en consecuencia viejos acompañantes de la humanidad. Y también lo son la embriaguez y el gusto por la estupefacción. De modo que el vino y la cerveza se encuentran entre los primeros estupefacientes conocidos y consumidos gozosamente por las sociedades humanas.
De una antigüedad semejante es el hachís, una variante, como la mariguana, de la cannabis, celebérrimos estupefacientes que, sin embargo no poseen el prestigio social del vino y la cerveza. Más aún: son productos satanizados y perseguidos, lo mismo que sus productores, comercializadores y consumidores.
Tan enraizada se encuentra la satanización de los estupefacientes ilegales en la conciencia social, que ni siquiera el evidente fracaso en todo el mundo de las políticas prohibicionistas lleva a esa misma conciencia social a considerar reflexiva y seriamente el abandono del prohibicionismo.
Los medios y periodistas, sobre todo los de investigación, deberían ser la vanguardia en el combate a la satanización de las drogas y en el repudio y abandono del prohibicionismo. Los medios y los periodistas deben servir para aclarar y orientar, no para oscurecer y confundir. Y ahora mismo el esclarecimiento pasa por el combate a la satanización de las drogas y el abandono de los enraizados y profundos prejuicios prohibicionistas.
INFO:Miguel Angel Ferrer